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Review de la primera temporada de Castlevania, la serie: mala sangre.

Este fin de semana se estrenaba en Netflix la primera temporada de la serie animada Castlevania, basada en la serie de juegos de Konami. Esta supone la primera adaptación al formato animado de la franquicia de los cazadores de vampiros armados con látigos. Por desgracia, si bien cuenta con sus virtudes, algunos de los defectos […]

Este fin de semana se estrenaba en Netflix la primera temporada de la serie animada Castlevania, basada en la serie de juegos de Konami. Esta supone la primera adaptación al formato animado de la franquicia de los cazadores de vampiros armados con látigos. Por desgracia, si bien cuenta con sus virtudes, algunos de los defectos le pesan seriamente, generando sentimientos encontrados y lastrando lo que podría haber sido un producto muy superior.

El argumento adapta de forma más o menos libre la trama de Castlevania III (que servía a su vez como precuela del juego original). Así, se nos cuentan las motivaciones y el origen detrás del desmesurado odio de Drácula por la humanidad, y cómo Trevor Belmont, Shypha Belnades y Alucard (la presencia de los cuales en la serie ya nos fue revelada en el trailer) intentarán luchar contra sus huestes malignas. El protagonista se nos presenta como un héroe solitario, sarcástico, hastiado y cansado de luchar por alguien que no sea él mismo. En un giro del guión, se nos explica que la totalidad de la familia Belmont ha sido excomulgada, un eufemismo para decir que han sido exterminados y él es el último de su estirpe.
Y es que la Iglesia parece ser el verdadero enemigo en esta producción, por encima de vampiros y criaturas sobrenaturales, condenando a la humanidad con sus opresivos actos de crueldad y sus decisiones extremistas.
Resulta pues interesante que tanto Trevor como Drácula parezcan tener en la Iglesia un enemigo común, una idea que podría dar mucho juego. Sí obstante y por desgracia no se juega mucho con este concepto.

El mayor problema es que, para tratarse de una primera temporada, parece más bien una introducción de cosas que están por llegar: más allá de presentar a los personajes principales no hay realmente un nudo ni un desenlace a esta etapa. Se presta mucha atención a construir este mundo medieval, pero no se llega a hacer mucho con él; apenas ocurre nada en estos cuatro episodios, dando como resultado el curioso efecto de que los brevísimos cuatro capítulos saben a poco y sin embargo se hacen largos y pesados. Belmont no aparece propiamente hasta el segundo episodio, y no es hasta el cuarto que empieza a luchar decentemente con su látigo contra enemigos infernales.
Es cierto que no todas las producciones tienen que tener un nivel desenfrenado de acción, y presentar el lado humano de los personajes siempre es bienvenido, pero el problema es que la dirección de Sam Deats no sabe administrar debidamente el tiempo. Así, a pesar de que las escasas escenas de acción apenas duran un suspiro, en el mismo primer episodio escuchamos durante mucho más tiempo del necesario (y un hastiado Trevor con nosotros) a un pastor explicarle compañero en una taberna cómo le golpeó con una pala en la cara a un hombre que estaba violando a sus cabras.

Este defecto se va diluyendo un poco conforme los minutos van avanzando, pero lo cierto es que además de esta mala distribución las escenas de acción no están bien resueltas: la ya citada escena del pastor, que empieza en el final del capítulo 1, sigue en el capítulo siguiente con un enfrentamiento verbal en el que varios de los campesinos en la taberna hostigan progresivamente a Trevor. La tensión va in crescendo durante varios minutos, y una vez que se desata la pelea de bar, apenas sí dura un instante y se resuelve de forma muy sosa e insatisfactoria. Incluso la conclusión de la misma queda fuera de pantalla.

Esta dinámica se repite a lo largo de toda la serie: se pasa mucho tiempo metiendo al espectador en situación para luego despachar torpemente la escena en apenas unos segundos. La música de Trevor Morris tampoco ayuda: va creando ambiente pero a la hora de llegar al climax está falta de garra, resultando en un paisaje sonoro anodino y monótono, muy lejos de los barrocos ecos de órganos mezclados con punteos de guitarra de los juegos originales.
En el aspecto técnico también da la sensación de que a la animación de las coreografías le falta fluidez, con muy pocos frames por segundo (haciendola mucho más renqueante que el resto del metraje) y con muy poco dinamismo. Si venís acostumbrados de cosas como Rurouni Kenshin o Ninja Scroll, os resultará a todas luces descafeinada.

A todo esto no ayuda que a pesar de que el guión de Warren Ellis intente mostrarnos un área de grises más allá del blanco y el negro, del bien y el mal absolutos, los civiles a los que Belmont al final se decide a ayudar se nos muestren como unos irracionales veletas, endogámicos, hostiles y estúpidos hasta decir basta, por lo que ese cambio de actitud del protagonista queda muy forzado. Si no nos importa lo que les pase a los habitantes de Valaquia, ¿por qué deberían importarle a Trevor?
En este empeño por parecer más oscura, la serie tiene varios momentos increiblemente gráficos: los demonios devoran bebés en pantalla, “adornan” los tejados de las ciudades que arrasan con guirnaldas de intestinos humanos, y evisceran a diestro y siniestro. Es cierto que hay otras producciones animadas mucho más violentas, pero habida cuenta de que Castlevania siempre se ha definido por cierta elegancia de fantasía gótica, se antoja algo innecesario.

Esto no quiere decir que la serie no sea merecedora de vuestro tiempo y que no tenga cualidades redentoras: Trevor es más chulo que un ocho y el diseño de producción, aún sin llegar a la gracia y belleza de los diseños de Ayami Kojima, imita con acierto la apariencia de los juegos, quedando a medio camino entre cosas como “The Legend of Korra” y la estética original.
El doblaje original es de naturaleza bastante notable, especialmente en el caso del reacio y reluctante Trevor y el enfurecido Drácula.

El desarrolo de la historia cuenta también con momentos salvables, especialmente en el cuarto episodio, donde una de las criaturas, una especie de lobo de dientes brillantes que cuenta con la capacidad de hablar, tiene un interesante diálogo con el Obispo dentro de la catedral. O cuando Belmont y Shylpa se enfrentan por fín a las huestes de Drácula con ayuda de la población civil, para luego descender a una mazmorra propia de uno de los juegos (plataformas y gigantescas ruedas dentadas incluidas).

Y ese es su mayor pecado: que cuando la cosa parece ponerse finalmente interesante, cuando la trama empieza a coger el ritmo, esta primera temporada se acaba sin más, dejándonos una sensación de coitus interruptus que esperamos la segunda temporada, cuando llegue, pueda subsanar.

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