Gran Turismo ¿Hace podio la cinta de Sony o se queda en un patinazo?

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Gran Turismo: La Película

Gran Turismo ¿Hace podio la cinta de Sony o se queda en un patinazo?

Desde su primera aparición hace 25 años, Gran Turismo se ha convertido en sinónimo de veneración por el mundo del automóvil, una pasión que con cada nueva entrega de la franquicia ha buscado permear y expandirse a otros horizontes más allá del videojuego, como las estrechas colaboraciones con los fabricantes para crear concept cars en la iniciativa Vision GT, el café abierto en el circuito Motegi (llevando a la literalidad el concepto de los encuentros “car and coffee”), o los escarceos con el mundo de la fotografía. Era cuestión de tiempo que alguien plantease el salto al celuloide.

Cuando se anunció el proyecto para rodar una película basada en la franquicia Gran Turismo, no fueron pocos los que se cuestionaron la viabilidad de la idea: ¿Cómo adaptar al cine un videojuego que, por mecánica y definición, no cuenta con historia alguna? Pues basándolo en el programa GT Academy, una iniciativa de Nissan ideada por Darren Cox que se marcaba como meta cooperar con Polyphony Digital para buscar y descubrir potenciales pilotos noveles entre los participantes de una competición del juego, y más concretamente, retratando en pantalla la trayectoria de Jann Mardenborough, el ganador de la tercera edición de la competición. El film es por tanto una race movie que narra la historia de Jann desde sus inicios como jugador hasta sus éxitos como piloto profesional de carreras.

De la consola a la pista

La premisa nos cuenta cómo Jann (interpretado en la cinta por Archie Madekwe) sueña con convertirse en piloto y dedica mucho tiempo a competir online en Gran Turismo 7, a pesar de las objeciones de su padre (Djimon Hounsou, a quien muchos recordarán como Juba, el amigo de Máximo en Gladiator) quien insiste en que debería retornar a los estudios o buscar una profesión “de verdad”.
Paralelamente, Danny Moore (Orlando Bloom) es un ejecutivo de marketing de Nissan que trata de convencer a los picatostes de la compañía en que hay todo un nicho sin explotar de compradores entre los jugadores de Gran Turismo, y propone como maniobra comercial crear una competición para convertir a estos “corredores de sofá” en pilotos de verdad.
Una vez el fabricante de coches le da a Moore luz verde para su stunt publicitario, éste recluta la ayuda de Jack Salter (David Harbour, conocido por su papel de Jim Hopper en Stranger Things), un ex-piloto que se convertirá en el entrenador de los chavales que ganen la competición online del videojuego, y con quien Jann desarrolla una relación de alumno-mentor que es el eje argumental de la cinta.

Una vez se nos ha presentado esta premisa, y en cuanto Jann pone el pie en la academia propiamente dicha y empieza su entrenamiento junto con sus compañeros al estilo montaje, la película coge ritmo y empiezan las espectaculares secuencias de carreras, frenazos, y demás hazañas en pista, las cuales son sin duda lo mejor del filme y están rodadas con técnicas novedosas como el uso de increíbles planos en primera persona de drones que siguen la acción desde un punto de vista que no se había visto nunca en otras cintas del género, esto, junto a las tomas estabilizadas que permiten la ilusión de la cámara fija “de videojuego” en tercera persona desde atrás de los coches, lo dota de cierta irrealidad voluntaria que lo acerca a la sensación de jugar a uno de los juegos de Sony.

Así, aunque se ha dedicado especial esfuerzo en que la inmensa mayoría de la acción de las carreras se rodase con imagen real, estos recursos, sumados a la representación visual en pantalla del puesto en carrera que ocupa Jann, o la línea de trazada que va a tomar dibujada como imaginarios reflejos de neón sobre el asfalto, nos recuerdan todo el tiempo que esta es la adaptación de un juego de consola al cine. Fuera de la pista, también se hace empleo de los efectos especiales para ilustrar cómo los jugadores (y Jann en particular) imaginan que se sienten como si estuviesen dentro de un coche de carreras real mientras compiten de forma virtual, con un efecto de despiece al estilo de las películas de Transformers que monta un deportivo semitransparente e imaginario alrededor del cockpit y volante de los jugadores.
Está el obligatorio y necesario product placement de copias del juego o el empleo de efectos sonoros tan característicos para dar la salida. Moon Over The Castle hace acto de aparición, así como la pose de la victoria y otras referencias al último título de la saga, si bien podría haber habido algún easter egg o referencia interna a la saga.

¿Biopic o ficción?

Por desgracia y a pesar de que en lo técnico la cinta ha hecho un buen uso de su presupuesto alcanzando unos impecables valores de producción y cumple en lo visual, no es oro todo lo que reluce, y a nivel de guión adolece de serios problemas que, si bien no llegan a arruinar el conjunto, que sigue siendo muy disfrutable, sí que lo empañan.
A pesar de estar basada en una historia real, el guión de la cinta se toma muchas licencias a la hora de adaptarla, ficcionalizando, condensando, y muchas veces inventando situaciones y personajes sin necesidad. Aquellos que conozcan la trayectoria de Jann, de la GT Academy, o los campeonatos de Le Mans se sentirán algo extrañados. Incluso el propio marco temporal está alterado: En lugar de suceder en 2011, la fecha en la que Mardenborough ganó la competición y comenzó su formación y carrera como piloto, ocurre en la actualidad (Los personajes en la película juegan y compiten en GT7, y no en la quinta entrega como sucedió en la realidad) y condensa unos 5 años de la carrera de Jann en apenas uno.

El problema con estas libertades que se toman los guionistas Jason Hall y Zach Baylin es que, aunque lo que persiguen es convertir la historia en algo más trepidante y disfrutable, lo hacen a fuerza de plagarla de topicazos y recursos vistos hasta la saciedad, convirtiéndola así en predecible, genérica y derivativa.
Jann pasa así a ser el típico “from Zero to Hero” por el que nadie da un duro pero que acaba conquistando su sueño, su mentor es el típico piloto retirado por un accidente que siente aún un trauma y culpabilidad por su pasado pero se redime, el equipo novel que debe demostrar a los demás que es capaz de estar a la altura porque todos se ríen de ellos… Son cosas que no solo hemos visto en la gran pantalla muchas veces ya, es que también las hemos visto en los videojuegos. Nosotros mismos hemos jugado en directo a varios juegos de carreras con modo campaña que hace uso de estos tropos tan gastados.
Por supuesto tiene que haber un rival que sea malo malísimo, por lo que los guionistas inventan la ficticia escudería de “Capa”, para que su piloto, el insufrible hijo de millonario que pilota deportivos pintados de un dorado especialmente hortera (lamborghinis malamente disfrazados), sea una caricatura de macarra que se dedica toda la película a realizar maniobras sucias y provocar accidentes por los cuales sería inmediatamente expulsado de cualquier competición del motor en la vida real.
Tampoco se entiende que se haya creado el personaje de Danny Moore en sustitución del creador real del programa GT Academy, cuando perfectamente podría haber sido una representación del propio Darren Cox. Igualmente ficticio es el personaje de Jack Salter (cuyo intencionadamente bombástico nombre recuerda demasiado al de Jack Slater, la parodia de Swarzenagger en El Último Gran Héroe).

Lo peor y más incomprensible es que se obvie totalmente la figura de Lucas Ordoñez, el español que fue el verdadero primer ganador de la GT academy (Jann lo fue en la tercera edición) y cuyos esfuerzos fueron los que validaron el programa, y que incluso condujo junto con Kazunori Yamauchi, el creador de la saga, el coche 123 durante las 24 horas de Nürburgring. La película nos presenta a Jann como si él fuese el primer piloto salido de este programa de búsqueda de talentos, y le atribuye méritos que corresponden al piloto español, lo cual pienso que les hace a ambos un flaco favor. Perfectamente podía haberse incluído la figura de Ordoñez en la película sin desmerecer por ello la de Mardenborough (puestos a reimaginar, podría haber sido su compañero de equipo en Le Mans, de hecho en el 2015 él estaba en el equipo que llevaba otro de los coches LMP1 de Nissan, el 115, mientras que Jann iba en el otro equipo que llevaba el 234).

Cuando llegas tarde a la línea de meta

El problema además es que ya tenemos un excelente referente de cómo llevar una race movie basada en hechos reales a la gran pantalla en Le Mans ’66 (Ford V Ferrari, 2019), la cual, si bien se toma también algunas licencias, son más bien detalles alterados para hacer la historia más entretenida, al contrario que Gran Turismo que reinventa, cambia fechas, podios y reimagina hasta tal punto que no sé si es correcto llamarlo biopic.
Y aunque las comparaciones son odiosas, Neill Blomkamp no es James Mangold, y, queriendo dotar a la cinta de un dinamismo más juvenil, se queda lejos de la elegancia y del jazz de los juegos originales. Hay una secuencia de huída de la policía más propia de la franquicia Need For Speed que de GT, y hubo una escena que me arrancó la carcajada cuando el personaje y su (vacío y superficial) interés romántico van a una discoteca en Tokyo y de fondo suena estridentemente Pepas de Farruko, así que ya tenemos una película sobre la superación y la competición del motor que cuenta en su banda sonora con una canción con letra sobre estar “todos empastillado’ en la di’coteca”. Maravilloso.

Respecto a las interpretaciones, Archie Madekwe se muestra correcto, y David Harbour parte del tópico material de base que le ha caído y lo eleva varios enteros, haciendo que su personaje del mentor cansado pero gamberrete y que escucha a Black Sabbath resulte el más destacable de la cinta. Djimon Hounsou también cumple como padre preocupado. Orlando Bloom incomprensiblemente canaliza a su William Shatner interior y sobreactúa en exceso, siendo el que peor trabajo realiza a pesar de ser el nombre más reconocible del reparto. Takehiro Hira apenas aparece en un par de escenas en la película y solo tiene una frase interpretando a Kazunori Yamauchi, lo cual es otro de los misterios de la cinta: que apenas dedique tiempo a explicar los orígenes y tesón detrás del mismo más allá de una mención durante los créditos iniciales y finales.

En definitiva, una película que, si bien no resulta en absoluto aburrida y es perfectamente disfrutable, se queda muy por debajo de lo que podría haber sido, palidece si la comparamos con otros referentes del género como Ford V Ferrari, y además añade elementos ficcionalizados que, lejos de hacer la historia más emocionante, la vuelven tópica. Quien quiera una diversión palomitera sin más la disfrutará, pero quien quiera conocer la historia real de Jann Mardenborough y sea un profundo enamorado del automóvil tiene en Prime la serie documental Le Mans: Racing is Everything, que narrando los esfuerzos reales del equipo Nissan en las 24 horas de Le Mans de 2015 consigue que empaticemos mejor con este piloto y sus tribulaciones de la misma manera o mejor que este film, y sin necesidad de malos malísimos ni temporadas de la FIA inventadas.

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